martes, 7 de abril de 2015

¿POR QUÉ NOS VESTIMOS?

 El vestido es un rasgo distintiva-mente humano. Un rasgo, que no deja de resultar inquietante, repleto de interrogantes. 
¿Por qué nos vestimos? 
¿Cuál es el origen del vestido?

"...explicación, contemplada por algunos, es que el origen del vestido sea el pudor: nos vestimos para mantener oculto nuestro cuerpo. Pero esta segunda explicación tampoco veo yo que se sostenga con demasiada firmeza: ¿por qué habríamos de sentir pudor? ¿Por qué, entre todos los primates, y entre los animales todos, nosotros habríamos de ser el único pudoroso? ¿Qué pudor podría darse estando, desde siempre, todos desnudos? El pudor lo experimenta el individuo desnudo entre gente vestida, o, si se quiere, al descubrir el cuerpo ahora que es costumbre llevarlo cubierto, pero si desde nuestro nacimiento nos hubiésemos visto desnudos entre gente desnuda, no sabríamos lo que es el pudor más de lo que pueda saberlo un niño o una pareja de amantes (claro que esto no viene al caso con los amantes de pijama y camisón)"

Así las cosas, y sin menospreciar las funciones mágicas que en sus inicios acaso pudo desempeñar el atuendo en algunas ocasiones (por ejemplo, el cinturón lumbar como medio para asegurar la unión del matrimonio entre los weddas), tal vez no quede otra alternativa que atribuir su génesis al afán de adorno, tal como defendiera Ratzel, y también Wundt, pese a que éste último parece conferir una mayor importancia a sus orígenes mágicos.
Pero cuando alguien se adorna, es obvio que no lo hace para sí mismo, sino para los demás; se adorna para resultar más atractivo o agradable; para resaltar las gracias naturales (o para ocultar las desgracias no menos naturales); se adorna, en suma, para gustar. Ahora bien, por lo general a quien se desea gustar es a las personas del sexo opuesto. De donde resultaría que en el nacimiento del vestido sería un factor esencial el deseo de atraer, de agradar, de seducir. Y por aquí venimos a dar en la antítesis de la tesis del pudor, porque nos encontramos con que, lejos de nacer el vestido para proteger un sentimiento de pudor, lo hace justo para lo contrario: propiciar la atracción, excitación y estimulación sexual del otro, convirtiéndose, de este modo, en un mecanismo clave en el juego de la seducción (Eva no se cubrió con una hoja de parra para proteger su pudor, sino para incitar a Adán. Y Adán porque hacía siempre lo que veía hacer a Eva)